MI HERMANA

Sigo fumando.

Pero uno, que es tan vanguardistamente gilipollas a los taitantos, se ha pasado del vulgar tabaco al “vapeo chic” que, además de sentarme bien (y a las pruebas médicas me remito), no deja olor en las instancias hogareñas, me sale más barato y sigo manteniendo el status de “smoker” que tanto me costó conseguir a base del esfuerzo diario de quitarle a mi padre cautelosamente, mientras dormía la siesta, uno o dos “ducados” –en alguna ocasión tres- que dejaba en la mesita de noche.

Hace tiempo ya que decidimos mi hermana y yo, unánimemente por su parte, no fumar dentro del piso que compartimos en la actualidad, y así llevamos ya ocho años. Salíamos a fumar al balcón en los intermedios de la película; un balcón relativamente amplio y que tenía entonces cenicero y todo. Un lujo.

En cierta ocasión, posiblemente un sábado por la noche en la que me encontraba solo, salí a fumarme un cigarro. Para que no entrara el humo en la estancia, acostumbrábamos a dejar la puerta a un par de dedos del tope. Fue aquella una noche fría, con viento y sin luna y, cuando apagué el veneno incandescente sobre la multitud de colillas y quise abrir la puerta, no pude.

El  caso, es que ya antes ese “clic” al que no le dí importancia me había sonado raro: la puerta corredera se había cerrado. Pero no sola; la había cerrado yo.

Después de -sin éxito- intentar abrir o desmontar la puerta corredera de aluminio, me vi reflejado en el cristal poniendo la cara de José Luis López Vázquez en “La cabina”, y gracias a que afortunadamente llevaba mi teléfono en el bolsillo, pensé bajo mis sudores de la muerte llamar a la policía local, a los bomberos, al MI6, al CNI o a la CIA…

Pero llamé a mi hermana Rosi, que ya estaba en pijama lista para acostarse y que se vistió e hizo, a las tantas de la noche, tres kilómetros y medio para salvar de la vergüenza al gilipollas de su hermano. Y luego tres kilómetros y medio de vuelta.

Te quiero hermana.

©Javier Martín

Mayo de 2022