PIENSA MAL

(aunque puede que no aciertes)

Cuando ingenuo creí que por fin había encontrado el hueco, resultó que había una gran moto negra y brillante aparcada. Tenía prisa en buscar un sitio para mi coche porque sólo disponía de veinte minutos, hasta las diez y media, para hacer una pequeña gestión pero, en el único estacionamiento hábil y legal a esa hora en cuatro o seis manzanas, había precisamente una moto. En zona de pago. Sin prisa. Sin tiempo. En mitad del rectángulo azul-dis-con-ti-nuo. Recostada ella sobre su patacabra, el faro mirándome de reojo con guiños níquelados y la rueda girada con chulería, como haciéndome burla. En el centro del universo ella. Tan pancha ella…

La primera palabra que balbuceó mi boca, casi empalagándose en su deletreo fue: ¡hijodeputa!  refiriéndose al dueño -que no al jierro-, porque no tengo nada contra las motos; es más: fueron para mí un sueño durante años, y ahora ya no me lo quitan.

Sobre la marcha, pensaba: ¿Tendrá mil sitios para dejar la moto, por ejemplo allí, que no molesta ni a coches ni a peatones?, ¿o en aquél otro hueco?. ¿Por qué pasa el vigilante de la zona azul de un vehículo a otro y no toma nota del cacho moto?, ¿porque conocerá al dueño, quizá?, ¿porque es negra?, ¿porque es mu chula?, ¿porque intuye que ha venido pero se va en seguida?; ¿Porque hay un vacío legal al respecto?

Conseguí al fin aparcar después de varias vueltas y justo cuando llegué junto a la moto dichosa, en la puerta de la oficina pública, me crucé con su dueño. Nos conocíamos de vista y no sé su nombre. Lo había imaginado vestido de cuero negro, barba de cuatro días, gafas de sol y botas ad hoc, con el casco en el codo. No fallé en lo del casco pero sí en lo demás, porque iba ataviado elegantemente y con cierto donaire de galán.

Sólo un ¡hola! medió entre nosotros, aunque yo continuara aquél saludo con alguna frase más entre dientes…

Esa misma tarde, se mató con su moto.

Yo, por esas casualidades deterministas del cosmos, presencié desde cincuenta metros atrás cómo perdía el control y se estrellaba contra el árbol grueso y seco. Al rato, cuando todo acabó, y los testigos curioseábamos morbosamente sobre el terreno, recogí del suelo algo que me llamó la atención: un tique de aparcamiento impreso a las 10:00 h de esa misma mañana.

©JAVIER MARTÍN

Julio 2021

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